De vez en cuanto me topo con jóvenes disconformes con sus iglesias, y en parte les entiendo. Pero cuando les pido que me cuenten sobre sus frustraciones, me enumeran una serie de quejas, como… no les dejan rockear en el espíritu; les cancelan sus paseos evangelísticos de parejas; y les prohíben alabar a Dios con canciones de 10 acordes. Es decir, es una disconformidad de gustos y colores.
Dije en parte les entiendo, porque alguna vez sentí exactamente lo mismo, no sé si por celo santo o por la crisis de los que aún no entran a su segunda década de vida. El asunto es que mi pastor, habiendo discernido, digo yo, mi suculento malestar, me pidió mi opinión sobre las reuniones regulares de la iglesia. ¡Para qué lo hizo! Esa noche exorcicé toda mi frustración frente a su amoroso rostro, y sospecho que le sirvió de confirmación para anunciarme que a partir de la fecha yo dirigiría las reuniones de oración. ¡Me quedé mudo, y hasta las lágrimas se me volvieron! Tragándome la saliva dije amén.
Ahora me pregunto si anécdotas como estas representan historias de reformadores en cierne.
¿Será?
Una vez un muchacho me dijo que su sueño era ascender jerárquicamente en su denominación a fin de llevar una reforma desde adentro hacia afuera. No tuve otra opción que consolarlo con un abrupto ¡wow! —asumiendo la pureza de sus motivaciones—.
Le regalé un asombro, pues me pareció interesante su actitud. Pudo decirme que estaba harto de la religiosidad de su iglesia, pero prefería quedarse para cambiarla. Pudo referirse a la pobreza artística de sus cultos para cambiarse de iglesia, pero escogía quedarse para hacer algo al respecto.
Consciente de sus objetivos quijotescos, le pregunté si estaba dispuesto a padecer cual Martín Lutero, el reformador, que, con las diferencias del caso, quería cambiar lo que estaba mal.
No exagero al decir padecer, pues para un latino será un verdadero padecimiento hacer lo que Lutero hizo para germinar su reforma:
💡 Presentó su pensamiento en forma escrita; comenzando con sus 95 tesis, seguida de una serie de publicaciones.
💡 Se las ingenió para que el pueblo pudiera leer por sí mismo las Sagradas Escrituras.
Asumiendo que lo que quieres es provocar una reforma —una iglesia reformada siempre reformándose—, entonces presenta tus ideas por escrito. Si es en forma de tesis, tendrá más chance para lograr su cometido. Y por sobre todo, haz que la gente lea por sí mismo toda la Escritura. Lo primero producirá una reforma estructural; lo segundo, una reforma personal.
Creo que esto es la ruta de todo reformador, y evidentemente requiere carácter.
2 respuestas
Yo llamaría a tal actitud «consecuencia». Es decir que si estás dentro de un sistema en el que importa no tanto la estructura -que puede fallar- sino el objetivo, sería ser consecuente con el objetivo no claudicar sino transformar si es que la estructura presenta deficiencias.
Es muy poco común encontrarse con sujetos que no esperan solo recibir o que algo o alguien les soluciones los problemas, sino que están atentos a las fallas que encuentren para, por iniciativa propia, corregirlas.
Se podría profundizar algo sobre este tema.
Un abrazo, amigo Justo.
… aunque no todos los consecuentes se atreverían a poner por escrito su consecuentismo.