Desde hace poco más de cuatro años mi esposa está pasando por un proceso oncológico y, queramos o no, eso la afecta física y emocionalmente; pero –como es lógico– también me afectó a mí y a gran parte de mi familia. Emocionalmente tanto ella como yo comenzamos a tener sentimientos de duda, de frustración, y surgieron muchas incógnitas. ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó? Nos asaltaban pensamientos como “¿por qué Dios no nos protegió o no nos cuidó? ¿Por qué permitió esto?”. Incluso asomaban pensamientos de enojo: “Si nosotros te servimos y te amamos apasionadamente, ¿por qué permites que ocurra esto?”.
Nuestra fe fue muy confrontada; y yo pasé por una crisis de fe. Hay situaciones en donde uno comienza a sentirse vulnerable, y lo primero que algunos cuestionan es tu fe. Cuestionan tu madurez espiritual, tu ministerio y aun tu santidad. Hay un señalamiento muy recurrente que dice “seguro tienen esa enfermedad porque están en pecado, no están diezmando, o hay algo el Señor quiere que vean y no lo están mirando”.
Sin duda, las enfermedades vienen porque somos seres humanos que estamos expuestos a todo tipo de dolencias. Los cristianos pasamos por el valle de sombra y de muerte, pero ¿cuál es la diferencia para nosotros que sabemos que su vara y su callado infunden aliento? Ahí fue donde empezamos a recordar que teníamos esperanza en Dios. Sin embargo, veíamos que esa vulnerabilidad incluso nos hacía dudar un poco de Él. ¿Acaso estábamos un poco enojados con Él? Por mi cabeza pasaba decirle “Dios, si tu realmente existes ¿por qué estás permitiendo esto?”.
Hay una idea que también solemos tener sobre este tema: “No, no te puedes acercar así, vas a faltarle el respeto a Dios, vas a ser irreverente con Él, tienes que acercarte reverentemente, porque Él es un Dios grande y todopoderoso”. Creo que en estos años hemos aprendido a desmitificar esta idea, porque una de las cosas que aprendimos es acercarnos confiadamente al trono de Dios. Ahí encontraremos gracia y misericordia, como dice el libro de hebreos.
Yo me acerqué muy enojado a Dios y le dije “¿por qué has permitido esto? Nos diste a mi esposa y a mí una promesa de sanidad, ¿y ahora le pasa esto?”. Fue una etapa muy desafiante, porque al comienzo no escuchaba ninguna respuesta. Los días pasaron, y yo estaba enojado, pero Dios me decía “ven, quiero verte así como estás, con tus cargas”. Yo le decía “no, no quiero ir”. Entonces sentía que Dios me decía “Ok, entonces yo me voy a acercar”.
Me encanta cómo en ocasiones Dios toma la iniciativa. Yo le decía al Señor “¡qué injusto es esto! ¡Qué injusta es la vida! ¿Por qué ella está pasando por este proceso oncológico?”. Sin embargo, tengo que contarte que ya han sido más de cinco operaciones que ella ha pasado, y gracias a Dios ha salido bien de todas las operaciones. Inclusive ella actualmente no tiene ningún síntoma ni ninguna secuela después de la operación, pero tiene que seguir siendo chequeada por cuatro años. Ya llevamos un año, y todavía nos faltan tres años de chequeos constantes para que pueda ser dada de alta como paciente oncológica.
Yo seguía diciendo “¡qué injusta es la vida”, y Él me decía “sí, es injusta”. Entonces yo le replicaba a Dios “¿cómo me vas a decir que es injusta? ¿Acaso no vas a hacer algo”? No cabe duda de que Dios puede hacer algo, Él es Soberano, pero lo que en realidad sentía que Él me decía es “sí, es injusto, pero quiero que sepas que estoy contigo”. Al hacerme vulnerable a Dios aprendí algo: habrá momentos en que las cosas no se solucionarán mágicamente ni poderosamente, pero creo que habrá algo más importante en ese valle de sombra, y es que no estaré solo, estaré acompañado, sostenido por Dios. Él no se va a enojar con tu enfado, al contrario, Dios va a querer que nos hagamos vulnerables ante Él para que comience a obrar en nuestro interior.
El segundo espacio donde podemos hacernos vulnerables es con los amigos cercanos con quienes encontramos mucha empatía. Lastimosamente, cuando nos acercamos a amigos dentro de la iglesia, a veces lo que encontramos son ecuaciones bíblicas, fórmulas, medidas inhumanas, paporretas bíblicas. Cuando nos miraban, le decían a mi esposa “vamos, confía en el Señor, todo lo pueden en Cristo, Él pagó el precio por vuestras enfermedades”. Esas son verdades, no estoy diciendo que no las creemos. Las creemos, pero en ese instante lo que más necesitábamos era sencillamente que nos escuchen, o tal vez que nos abracen, o que nos acompañen.
Hubo una oportunidad, en la primera operación, donde yo quería estar solo. Estaba muy abatido emocionalmente, y mi pastor, que es mi amigo, estaba buscándome. “¿Dónde estás?”, me decía, y yo no quería decirle dónde estaba, no le contestaba el teléfono, hasta que se apareció en mi habitación. En ese momento mi esposa estaba siendo intervenida, fueron cuatro horas muy difíciles. Yo estaba en una habitación y le dije “quiero estar solo, no quiero hablar con nadie”. Me dijo “yo voy a estar aquí, calladito, no te preocupes, solo quiero estar aquí”.
No voy a olvidar ese momento. Yo simulaba que leía, y en realidad no leía nada, pero al ver que mi amigo estaba sentado en esa habitación, acompañándome sin decirme nada, me tocó el corazón y me quebró; y en un momento le dije “¿me puedes dar un abrazo?”. Entonces me abrazó fuerte y solté algunas cosas que me tenían tenso y atado. Creo que a veces tenemos mucho temor de hacernos vulnerables a Dios, a nuestros amigos y a la gente que está cerca de nosotros, porque pensamos que va a salir cuestionada nuestra fe, o tal vez nuestra madurez espiritual será descalificada; y vamos a dar un mal ejemplo de fe.
Eso nos puede hacer pensar que nuestro testimonio y nuestra imagen de líder, o de pastor, provocará que algunos digan “¿este no es el pastor, el predicador internacional? ¡Míralo ahora cómo está, se desmorona!”. La realidad es que eso no tiene nada de malo. Creo que Dios nos quiere humanos, conscientes de esa humanidad; porque cuando somos conscientes de ello, vemos nuestra necesidad y de nuestra fragilidad; es allí donde nos daremos cuenta de nuestra necesidad de Jesús.
El hacernos vulnerables nos vuelve personas auténticas y más reales, no unos superhombres, líderes o ministros a los que siempre todo les va bien. Eso es falso, a nadie le va bien siempre. Los que lideramos y trabajamos con personas, no podemos pensar que en el liderazgo siempre todo estará bien. Si te está yendo “todo bien”, quizá significa que hay algo que no está funcionando. En el ejercicio de tu liderazgo muchos van a estallar en crisis, dolor, dificultades y desafíos. Por eso son necesarios los espacios de vulnerabilidad, ellos te permiten acercarte a Dios y a las personas. A veces se nos hace necesario buscar sanidad interior, alguien que nos acoja, nos sostenga y nos acompañe.
Mostrar las cicatrices de heridas que pasaste, genera esperanza, hace que otros también puedan hacerse vulnerables a Dios. También creo que la vulnerabilidad nos hace ser personas accesibles. Una persona vulnerable es alguien real, y eso facilita el acercamiento de otras personas, porque no se ve al otro individuo tan inalcanzable, o tan santo, que podríamos “mancharlo” con nuestra humanidad o nuestras imperfecciones.
Esta interacción trae poder y unión a la comunidad, pero también nos trae sanidad. Muchas personas, no solamente líderes, se han acercado de una manera muy empática y tan guiada por Dios que nos han traído un viento refrescante. Han sido como fuentes que nos han traído agua fresca para nuestro interior, y eso ha provocado que todos en el proceso hayamos recobrado fuerzas.
Estoy muy agradecido a Dios por esta maravillosa oportunidad que nos deja entender que la vulnerabilidad es una de las características más importantes del ser humano y del seguidor de Jesús. Espero que esto te pueda ayudar y sumar.