¡Cómo cuesta escribir! Y más aún, escribir tu pensamiento. ¡De razón que los que hacen historia… tienen un mensaje, sienten el deber de anunciarlo, y dejan libros, para servir de generación en generación!
Tener un mensaje
Una de las maravillas que disfruto es charlar con líderes de los rincones de la ciudad. Especialmente cuando me comparten extractos de lo que están compartiendo desde sus púlpitos. Quedo tan impactado, que hasta me da ganas de decirles que no tienen nada que envidiar a los famosos predicadores.
Sólo estiro el ceño, y murmuro en voz alta un gran ¡wow!
Siento lo mismo cuando hablo con muchos líderes visibles en el cuerpo de Cristo. A más de uno lo animo a escribir. Y antes que me apedreen con sinrazones, les bromeo: ¡No esperes ir a la cárcel, como Pablo, para recién escribir!
Y no creo que Pablo escribía para matar tiempo en la prisión. Si no más bien, porque era consciente del mensaje que portaba. No por gusto alguna vez se identificó como heraldo (1Cor 9:27).
En la antigüedad, los heraldos eran diplomáticos con un mensaje oficial de la realeza. En ese sentido, Pablo, cuál heraldo de Cristo, ante la más mínima insinuación para ser escuchado, sea en una casa o palacio, en la calle o en el areópago, siempre tenía algo que decir, y de forma apasionada y de fondo escritural.
Pero su proeza no fue tener un gran mensaje, sino dejarlo por escrito.
Todo predicador, sea cual fuere su geografía, al ritmo que va haciendo millas, va descubriendo «su mensaje». Y cuando sucede, siente como si se hubiera encontrado petróleo en su jardín. Y de eso habla hasta por los codos. Y de eso predica hasta el cansancio. Y de eso enseña hasta la tumba.
Pero si quiere pasar a la lista de los grandes, tendrá que dar un paso más.
Deber de anunciarlo
Cuando se nos enciende la llama de predicadores, cada oportunidad para hablar, es oro puro. ¡Nos importa un comino el tamaño de audiencia, con tal que nos dejen hablar! ¿Hablar de qué? Pues de lo que nos consume el corazón. Hasta exageramos: ¡Tengo un mensaje para ustedes de parte de Dios!
¡Qué alivio, luego de compartirlo! ¡Qué realización, luego de cumplir un deber! ¡Qué bendición, para los que escuchan!
Pablo sintetizó esta experiencia con un «ay de mí si no anuncio del evangelio» (1Cor9:16).
Pero, por favor, entendamos su «ay» completo. No es anunciarlo solo de labios. También es dejar, todo lo recibido del Señor, por escrito. Al igual que los que logran un movimiento en su generación.
El que menos imita a Pablo en su estilo apostólico, excepto su ministerio como autor. Cuando alguien los anima a escribir, responden con desestima. Cuando los confrontan a usar el teclado para ministrar, responden con excusas. Y cuando les profetizan que algún día escribirán un libro, se encomiendan a la suerte.
Las excusas más frecuentes que he escuchado, son:
«No tengo tiempo», dicen los desubicados.
«No poseo ese don», dicen los flojos en la gracia.
«Algún día escribiré», dicen los desorganizados.
«No lo creo necesario», dicen los que desprecian lo recibido.
«Otros escribirán de mí», dicen los que escasos de entendimiento.
La manera de superar cada excusa es tratándola como actitud egoísta. ¿O cómo se le llama a la persona que tiene algo muy bueno y no quiere compartirlo?
Hace tiempo supe de un fabuloso expositor bíblico bastante egoísta. No quería ni regalar, ni prestar, ni vender, las notas o bosquejo de sus magistrales charlas. Alegaba que le había costado sudor y lágrimas, y que no le parecía justo que un fulano los obtenga de un chasquido.
Al mundo entero
Pareciera que no todos son llamados a llevar su mensaje al mundo entero. Digo pareciera, pues, si nos ceñimos a nuestra configuración de génesis (Gén 1:28), constatamos que Dios nos bendijo con la capacidad de fructificar (producir conocimientos), multiplicarlo (imprimirlo en libros), y llenar la tierra (de tus libros).
—Perdona mi paráfrasis en los paréntesis; aunque no es un pretexto.
Lo cierto es que cualquiera que se encuentra con su destino en Cristo, 1) recibe algo muy importante que compartir, y 2) su deber es compartirlo con el mundo entero.
Yo creo que Pablo comprendió este potencial. Por ello, a través de sus epístolas llegó a donde físicamente jamás llegaría —a través del espacio— , y por si fuera poco, de generación a generación —a través del tiempo—.
Otro ejemplo es Charles Spurgeon —¡y quién no ha degustado su pluma?— y otros gigantes que aún hablan en las bibliotecas y moldean a los grandes.
Me pregunto: ¿Qué hubiera pasado si no hubiesen escrito sus sermones? ¿Cómo habríamos estado si no hubiesen seguido una estrategia para llevarlo al mundo entero?
Para cerrar
En el 2100, muchos jóvenes pedirán a sus bots que les envíe una lista de ebooks sobre tal o cual tema. ¿Podrá ese bot encontrar algo tuyo? Si te moriste con tu mensaje, definitivamente no.
Alguien dijo que lo más grande que podremos dejar, una vez que pasemos al más allá, será: hijos, discípulos y libros. Mi oración es que estas líneas te desafíen a madurar —dejar de ser egoísta— como expositor, y te conviertas en autor, como acto responsable de haber recibido un gran mensaje.
Un comentario
Tremendo!