Un viejo amigo de mi padre me invitó a predicar a su iglesia, y mientras me llevaba al lugar del evento me preguntó si yo aún trabajo con jóvenes.
Le conté que mi padre me sugirió alguna vez que explore otros asuntos de la iglesia, pues los jóvenes van y vienen, y los que quedan envejecen rápido.
Le dije que las palabras de mi padre me llevaron a una introspección a la hora de la siesta, y sentí imposible editar la palabra jóvenes en mi cabeza y corazón, y quizá el responsable de ello sea mi propio padre, pues me marcó su exhortación a no discutir con adultos, pues a diferencia de los jóvenes, cambiarlos es difícil.
Ya casi llegábamos al lugar del evento, y mirándome desde su retrovisor, y haciendo un ademán con las manos, sentenció: «¡Entonces, ése es tu ministerio!».