Lo que vi en Elementos fue la historia de un inmigrante, con el carácter suficiente para llevar a cabo sus sueños, y dispuesto a enfrentar la burocracia de por medio.
Me encantó cómo preparó a su hija para continuar con el sueño, dando por tácito que ella nace para sucederle con dicho sueño. Tan fuerte habría acuñado esa idea en la cabeza de su progenitora, que la hizo vivir creyendo que continuar el sueño era la única forma de agradar a su padre.
Hasta que un día, la heredera, viendo que no lograba la talla para continuar el preciado sueño de su padre, y sumamente estresada por fallar con la expectativa, finalmente se rinde y con mucha reverencia confiesa a su padre que no podrá asumir el sueño de su padre.
La hija, creo yo, le hizo esta confesión con la espalda expuesta a recibir azotes de decepción, pero no. Más bien, recibe una inyección de identidad cuando escucha de los labios de su padre que el sueño, realmente, no es el sueño, sino que ella, su propia hija, es el verdadero sueño.
Me voy a dormir con una pregunta para los jóvenes: ¿Cuál es el sueño de tu padre? —Y una pregunta para los papás: ¿Saben tus hijos que ellos son tu verdadero sueño?