Terremoto en el auto

Mi esposa y yo estamos en nuestro auto y nos dirigimos al dentista. Aprovechamos para escuchar noticias. En RPP el entrevistado es el congresista Lescano, y tratamos de seguir la ilación del tema. De repente el entrevistador cambia su tono de voz y dice: «No para el temblor. Vamos a interrumpir la entrevista». A mi esposa se le agrandan los ojos, apaga la radio e intenta percibir todo lo que puede, y me dice al seco: «¡Sí; sí es un temblor!. Creí que pasábamos por pequeños túmulos, pero no». Procuro mantener la calma, me esfuerzo en comunicar convicción, y le respondo: «¡Ya va pasar; ya va pasar!». «¡Justo, el temblor sigue!», me replica con angustia.

El tráfico se paraliza. Todos salen abruptamente de sus casas, tiendas y oficinas y se ubican en lo más despejado de las calles. Sus rostros los delata. En medio del desconcierto humano, logro escuchar: «¡aléjate del anuncio!»; «¡mamá, qué está pasando!»; «¡pueden caerse los cables!», etc. Pero también logro escuchar oraciones genuinas y enfáticas. Me alienta que hayamos más de dos orando de acuerdo.

En el auto, y al compás del tambaleo, me pongo a orar. Repito, con mi mejor extracto de fe: «¡Ya va pasar; ya va pasar, mi amor!». «¡Justo, no para el temblor!», insiste mi esposa en tono impotente. Algo atemorizado miro a alrededor, compruebo qué tan lejos están los postes. «¡Justo, mira el cielo!», exhala mi esposa, en actitud entremezclada entre oración y desesperación. Yo mismo veo el horizonte iluminarse varias veces. Intento distraerla de su fijación, y creyendo lo mejor, sigo contestándole: «¡Ya va pasar, mi amor!». Mantengo mi espíritu en oración, y mi mente en algún plan B. Miro alrededor otra vez y percibo un poco menos de desesperación. Enciendo otra vez la radio para comprobar el anhelado cese. Informan que el temblor había durado 2 minutos y que aún desconocían su dimensión. Apenas volvemos a sí y alguien nos toca el carro y grita «¡avancen, avancen!». Es el cobrador del bus detrás de nosotros. Avanzamos cinco metros y vemos un semi-muro derrumbado. Comprendemos que fue cosa seria. Mi esposa me sugiere llamar a mis hermanas, que seguro ya están preocupadas. Yo le sugiero llamar a los suyos. Tomo mi celular, y no hay tono. Intento llamar a mis padres, y tampoco puedo.

Buscamos un grifo, nos estacionamos, salgo hacia el teléfono público; la persona que hacía una llamada me dice: «Después de varios intentos conseguí tono e hice una llamada y luego se me cortó». Buscamos otro teléfono público, y ni yo ni las personas de la cola logramos llamar. Ya rendimos, y esperando lo mejor, nos vamos a nuestro departamento.

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