¡Apaga tus cámaras!

Un influyente pastor invitó a otro pastor impactante a predicar a su iglesia. Después del servicio, ambos fueron a almorzar, y fue entonces cuando el influyente le hizo una propuesta al impactante:

—¡Recomiéndame al mejor líder juvenil que tengas para que trabaje conmigo! Alguien que sea como tú: ¡fiel, comprometido y efectivo! Lo trataré casi de la misma manera en que tú lo tratas! ¡Y recibiría un buen salario!

Mientras el influyente compartía sus planes, el impactante lo escuchaba con los ojos, pero con la mente recordaba los instantes que pasó en la tarima tratando de predicar lo mejor posible. Recordaba lo difícil que era ver los rostros de la audiencia debido a los deslumbrantes reflectores. También las distracciones que tuvo que enfrentar debido a la persecución de las cámaras. La molestia ajena que sintió al ver algunos rostros llorosos con una cámara apuntándoles a medio metro de distancia.

Terminó de escuchar la propuesta, colocó sus cubiertos junto al plato, dio un sorbo a su limonada, se limpió la boca con la servilleta, se acomodó en su silla y, apuntándole con su dedo profético, lo confrontó:

—¡Apaga tus cámaras, y dedícate a hacer discípulos!

El influyente comenzó a sentirse mal, y el impactante, con menos furor, continuó: ¿Cómo es posible que teniendo cada domingo varios cientos de personas no hayas encontrado a un solo líder juvenil? La explicación es una: ¡No estás haciendo discípulos!

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