¡Qué victoria es reconciliar la vida espiritual con el trabajo cotidiano, y más aún volverlas en el cara y sello de la misma vida! Lo contrario es una pesada carga de frustración.
Todo creyente tiene un llamado, y la pregunta que debería hacerse es ¿cómo sé que Dios me llamó al ministerio? Y si de afinar el llamado se trata, la otra pregunta debería ser ¿a cuál ministerio me llamó el Señor?
Hasta en el ministerio se cometen travesuras. Actitudes como “seré el mejor entre todos los que hay”, o “soy mejor que tal”, no son mas que travesuras. Generalmente lo adolecemos cuando nos iniciamos en el ministerio.
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