¿Se nace corrupto o se hace?

Cuando sufragamos con el corazón, es bastante probable que apostemos por uno con una carrera intachable.

Si fue un «recomendado» por los evangélicos, apostemos. Si ellos lo recomiendan, dale.

Si fue un «lustrabotas» que llegó a Stanford, apostemos. Salió de la nada, conoce la realidad.

Si fue un «arrepentido» traicionado por su juventud, apostemos. Esta vez no fallará.

Si fue un «militar» con sueño socialista, apostemos. Pondrá orden.

Si fue un «experimentado» en artes económicas, apostemos. PPK sabe.

Si fue un «profesor» rural y luchador por los suyos, apostemos. Al fin la humildad pisará Palacio.

Pasan los meses, sale el primer anticucho, y nos lamentamos: «¡Cómo pudo suceder eso!», o «¡Por qué arruinó su vida!».

Cierto pastor, sin lamento alguno, respondió: «Para entrar en la política, no hay que nacer de nuevo». Y dio gloria a Dios de que Humberto Lay no haya llegado a Palacio, pues se habría corrompido.

Difiero con este pastor, y antes de presentar mi propuesta, te pregunto:

-¿Hay que ser corrupto para llegar al poder? 😢 —pareciera.

-¿El poder corrompe? 😱 —eres un incorruptible que, de llegar al poder, seguramente te corromperás.

-¿Todos somos corruptibles, por más limpia que sea nuestra Hoja de Vida? 😮

Me inclino por la última: Venimos de fábrica con esa tendencia. Si tienes un gran testimonio, es porque aún no has sido tentado, o has sabido escapar de ellas.

Esta es una de las razones por las que no me gusta un Estado todo poderoso. A mayor Estado, mayor tentación. A menor Estado, menor tentación.

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