Cierta vez, me sentí sin salida. Las preguntas me acribillaban. Y lo peor: eran mis propias preguntas.
En plena agonía, un amigo me tocó la puerta. Yo sufriendo, y alguien quería mi ayuda. Si supiera éste, me dije a mí mismo.
Hice lo que pude.
Luego se fue, no sin antes hacerme un cumplido sabor a sobonería.
Cerré la puerta, y meditando en su cumplido pasé a una tormenta de ideas. Ahora mi agonía era otra. Las ideas me sobraban.
Superada la crisis, y ver el mismo patrón en las siguientes crisis, llegué a la conclusión de la mAxima # 64.