Un «primero de mayo» de mi adolescencia encontré a mi padre en su escritorio trabajando y lo exhorté a descansar, pues era feriado 📅.
Ipso facto me respondió:
—Es feriado para los trabajadores 👷.
—¿Y? —murmuré.
—Yo no soy trabajador —salieron con grosor de sus labios.
Fue una piedra más para mi identidad en construcción 🏗️.
Una palabra más para comprender su «te estoy educando no para que seas trabajador, sino empresario», de los desayunos de cada día 🍳.
Una explicación más de su «siempre habrá trabajadores», cuando alguna vez le pregunté: «¿No sería un caos si todo el mundo fuera empresario?» 🌍.
Una razón más a su «los trabajadores salen a las calles a reclamar, los empresarios no», cuando me llamaba para ver en la avenida a muchedumbres de trabajadores portando inmensos letreros reivindicativos y gritando a viva voz sus derechos 📢.
Ya imaginarás, sus repetitivas palabras cincelaron mi forma de ver la vida laboral. Aunque ahora de grande, y viendo mejor el panorama, concluyo que: al final, todos trabajamos para alguien 💼.