¡De pronto me brotó un gusto por leer novelas!
Un gurú de la creatividad e innovación lo sugirió, y aunado a mis sombras familiares de cuentistas, conspiraron juntas para despertar una nueva curiosidad en mi lista. Y para sentir que no perdía tiempo —esa fue mi buena excusa para no leer—, preferí autores de mi misma fe. En mi búsqueda hallé una inmensa comunidad de amantes de buenas historias, y también de excelentes narradores.
Ni el lugar menos sospechoso se libró de mis hojeadas.
Ni mi tiempo máxima productividad resistió el olor a papel.
Llegar a la última página era como ingerir ya satisfecho la última gota de Coca-Cola en verano. ¡Al fin volvía a la normalidad!
Ya con las emociones en control y la cabeza fría, me di cuenta de que las historias que había leído son realmente bien simples, pero bien contadas. Y considerando mis horas de consumo de horas escuchando cuentos aburridos, llegué a la siguiente máxima:
mAxima # 44
«Todos tienen una historia de éxito que contar, pero no todos saben contarlo».