Mi madre vivió toda su vida con deudas. Si ahora ya no tiene deuda, es porque ningún banco ni financiera otorga préstamos a octogenarios.
Hace poco le pregunté por qué siempre estuvo en deudas. Frunciendo el ceño y con tono de extrañeza, respondió: ¿Y de qué otra forma tu papá y yo habríamos podido comprar terrenos, construir casas y dar lo mejor a los hijos?
Debo confesar, mi pregunta tenía un sesgo ideológico-religioso: la deuda es mala.
Pero, mientras mi madre me enumeraba cada logro inmobiliario, y sus mil emprendimientos para pagarse una buena vida y —con el sobrante— pagar su deuda, y nunca haber estado en Infocorp, solo me quedaba decir amén a mis profesores: hay deuda buena y hay deuda mala.
Con esta lección, honro hoy a mi madre.
Un comentario
Pidiendo a Dios y trabajando duro, pues sí, hay propósito aún para las deudas.