Nunca escogí pastor. Nunca me cambié de pastor. Nunca me impusieron pastor. ¡Qué currículum el mío, Santo Dios!
Abrí mis ojos a los 12 años y allí estaba. Lo amé, y se dejó amar; me amó, y me sentí amado. ¡Qué dicha la mía, aleluya!
Me bautizó a los 15, me reclutó a los 18, me ordenó a los 23.
No le quitó el sueño edificar una gran organización, sino edificar mi vida. No me absorvió en sus planes, más bien encausó los míos. No corrió tras su visión, sino tras la mía. ¡Qué privilegio que tuve, santo de la gloria!
Le desimportó mi precocidad ministerial; le despreocupó mis planes propios; le tuvo sin cuidado que crezca a sus expensas. ¡Qué ventaja la mía, bendito Dios!
Siempre lo mencioné como mi pastor. Imposible yo llamar a otro así.
Ese es mi pastor; nada me faltará.
P.D. Por cierto, mi pastor tiene nombre: Arturo Castañeda. Arriba en la foto estoy con él, hace poco.