Ni se imaginan cuánto sufro cuando un adolescente anota mi correo electrónico.
Como si les hablara en lenguas se me pierden luego del arroba. Recién cuando les deletreo efe-a-equiz-juvenil, recién me captan.
Sin ánimo de revancha improviso una cátedra de historia:
—¿Sabes lo que es un fax? —les pregunto.
—No, no. ¿Qué es eso? —responden.
—Fue el último grito tecnológico de los 90 —les refiero—. Por esos años empezó nuestro ministerio, y llamarnos Fax Juvenil fue lo más creativo que se nos ocurrió.
Los que me captan rápidamente son los treintones.
Y hablando de treintones, uno de ellos me aconsejó cambiarnos de nombre, toda vez que nuestro público objetivo son jóvenes, y hablar de fax es como hablar de dinosaurios.
Me pregunto, ¿ese consejo vendrá de lo alto, o de debajo de la tierra?
Si quien me sugiere es entendido en marcas y posicionamiento, le doy el pretexto de indisponer de varios miles para una campaña de cambio de nombre, ya que, debido a una fuertísima distribución de nuestro boletín Fax Juvenil a lo largo y ancho del país —y otras latitudes—, muchísimos recuerdan el nombre/marca con bastante cariño. Y si no entienden de marcas, me explico preguntándoles: ¿serías capaz de cambiarte de nombre?
Al principio del siglo 2000, inspirados en el apogeo de nombres compuestos, decidimos que ya nos seríamos Fax Juvenil, sino FAXJUVENIL. No hicimos ninguna campaña, y creo que no era necesario. Esa fue la única vez que hicimos un cambio, si así quiere llamarse.
¿Ni por amor a las nuevas generaciones?
Siempre habrá nuevas generaciones, y ya tengo una historia que contarles: El año 92 Dios puso en mi corazón empezar una publicación para jóvenes. Queríamos un nombre que comunique contemporaneidad. Y como en ese entonces el fax era el dispositivo de élites, sólo había que agregarle la palabra juvenil, y listo.
Este noviembre cumplimos 22 años sirviendo a jóvenes líderes y líderes jóvenes. ¿Nos regalarías 22 segundos de tu intercesión?