Comparado con quién

El profesor entró al aula saludando con la mano derecha en alto, y los alumnos lo seguimos con la mirada en los exámenes que llevaba en su mano izquierda.

Al llegar al escritorio, se sentó y, viendo en nuestros ojos que entregaría los exámenes corregidos, preguntó: «¿Quién es Justo Llecllish?».

Levanté mi mano y, después de tragar saliva, respondí:

—¡Yo, profesor!

—¡Felicidades! ¡Tuviste la mejor nota del aula!

Llamó a cada estudiante, nombre por nombre, para que se pasen a recoger su examen. Con una cara pasaban al frente, y con otra regresaban luego de ver sus notas.

—¿Cuánto? —preguntábamos con una mueca a los que volvían.

Mostraban su nota y todos los que estábamos en el ángulo podíamos verla.

Cero tres.

Cero dos.

Cero uno.

Cero cero.

Cero uno.

Cero cero.

Cero dos.

Cero cero.

Cero cero.

Cero uno.

¡De repente se escuchó mi nombre!

Respiré rápido, inflé el pecho, me levanté y salí… con 48 ojos expectantes siguiendo mis pasos.

Llegué, recibí mi examen, me di la vuelta, di dos pasos, desplegué la hoja para ver mi nota, ¡y enseguida cambió mi rostro!

—¿Cuánto? —me preguntaron todos con la mirada.

Les enseñé mi cero cinco, y también se consternaron conmigo.

Definitivamente, tenía la mejor nota, pero ¿comparado con quién?

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